Por Benjamín García

A mi casa había llegado una invitación muy original aunque un poco extraña.  Un porta llaves en barro con motivos tainos.  Nos convidaban a la apertura de Palafitos Bar, un apéndice al sueño con alas que empezaba su vuelo, llamado Neo Arte, albergado en aquella construcción triangular con pretensiones de pirámide, en la autovía vinculante entre Moca y la autopista Duarte, que tanto nos llamaba la atención.

No pude estar.  Ya luego llegaría el momento de descubrirlo y de qué manera.  Solo pasaron suavemente sus dedos por mis manos colocadas en la palanca estúpida y divisoria de los asientos en la parte frontal de los vehículos, (eso hace tiempo debió estar en un lugar más discreto para así permitir el amor de carretera sin tropiezos).  Comprendí el mensaje, tenía que dejar la ciudad y encalar en un lugar romántico antes que la luna se sintiera inquieta.

Aquella rancheta en dos plantas hecha de madera bruta pero muy inteligentemente construida era el espacio inaugurado y que desde entonces se convertiría en referencia de la bohemia, la buena música y el compartir sin inhibiciones. El “propietario”, Henry Crisóstomo, un duende de alma larga y pelo corto para entonces, tenía la virtud de la confianza.  Llegar allí, tomar lo que quisiera y luego pagar según la conciencia y el deber.  No duró mucho, pena de los transeúntes mutantes hechos de cal y sombra.

Solo dos jóvenes con un discreto amor de noche nos recibieron, nos indicaron qué debía hacer para sentirme bien junto a mi compañera en el balcón posterior desde donde la luna divisaba mi aventura.  ¡Qué jodida noche, caramba… debió durar toda la vida!  Llegó Henry, le conocimos para siempre y desde siempre y empezamos a construir otra historia.

No cuento mas para no hacerlo mas largo, solo quiero que en esta nueva etapa de las tertulias de Palafitos, ustedes estén, conmigo o cualquier otro duende del deber y la buena vibra. Así la vida, encontrará motivos para llenar de luz este universo mal entendido y hurtado en su buena voluntad.  Es para crecer y querernos, para visualizar el estallido de versos sin otro propósito que ver las almas felices.