Por Nicolás Arroyo Ramos

El pueblo de Moca, además de su rica historia y bonita tradición cultural, tiene la buena fama de ser una comunidad tranquila y habitada por hombres y mujeres laboriosas, honradas y de muy buena convivencia social. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, este prestigio ganado a través de los años y por el buen comportamiento de cada uno de sus habitantes, está seriamente amenazado por los frecuentes hechos de violencia, delincuencia y criminalidad que ocurren en la cotidianidad.

Moca, la gloriosa “Villa del Viaducto”, -como ha sido llamada por su importante legado a la historia nacional-, ahora, ha perdido su habitual tranquilidad, paz y alegría que le caracterizaba y sus moradores viven en una zozobra, como consecuencia directa del fenómeno creciente de la delincuencia que se manifiesta en los frecuentes y múltiples hechos delictivos: tráfico y consumo de drogas, asaltos a manos armadas en cualquier lugar, robos a manos armadas en las calles y en las casas habitadas, enfrentamientos sangrientos entre las bandas juveniles o gangas, entre otros.

Con el paso del tiempo, en algo menos de ocho o diez años, en la tradicionalmente tranquila y sana comunidad de Moca y en cada una de sus barriadas y campos todo ha cambiado, ya que ahora, los escándalos y ruidos se roban la tranquilidad diurna y nocturna de la población; muchos jóvenes que antes trabajaban en la zona franca, en labores agrícolas o de otros tipos, practicaban deportes sanos y participaban en actividades culturales, están vinculados a actividades delictivas, tales como tráfico o consumo de drogas, asociaciones de malhechores dedicadas a los robos, asaltos, atracos, entre otras actividades.

Todavía la situación es peor, porque muchas de las tradiciones, costumbres y valores que identificaban a Moca, y que eran parte esencial de su bonito pasado, han forzosamente dejadas atrás por sus moradores, producto del desarrollo de la delincuencia, violencia y criminalidad en la comunidad, lo que ha hecho a su vez que en el fondo esta comunidad y su gente pierdan parte de su esencia característica, como por ejemplo: antes en la ciudad de Moca era costumbre caminar libremente solo o acompañado por el medio de las calles; compartir en familia y con amigos en cualquier esquina; compartir con familiares, amigos o visitantes en cualquier calle, parques, plazas y visitar o pernoctar en cada uno de los hermosos e históricos parques de la comunidad.

Penosamente, la delincuencia nos ha robado parte de nuestra esencia cultural, porque nadie puede arriesgarse a caminar libremente por las calles mocanas, ya que cualquier desaprensivo, de los tantos que abundan en esta época, puede asaltarle, matarle, atracarle o robarle la cartera, el reloj, la cadena o cualquier otra pertenencia en plena luz del día o la noche. La Moca que conocimos, habitamos hace diez años y habitaron nuestros abuelos, padres, tíos y hermanos mayores no se parece en nada a la que vivimos hoy, en la cual las personas temen andar en pasolas, motores, carros, jipetas y camionetas, en el día o la noche, por temor a ser asaltados, asesinados y despojadas de sus pertenencias.

Ante la gravedad de lo que ocurre en Moca, los comunitarios organizados en juntas de vecinos, clubes sociales y culturales, entidades cívicas y profesionales y las autoridades civiles y militares, no podemos asumir la actitud irresponsable de tapar el sol con un dedo para no ver la realidad de lo que ocurre, pero menos asumir la actitud de la jicotea de esconder la cabeza para no ver la realidad, y por el contrario, debemos conjugar esfuerzos (población y autoridades) para enfrentar la realidad amarga que padecemos y luchar para que esta comunidad recobre la tranquilidad, paz y alegría que les caracterizó siempre.

NOTA: El autor es periodista, abogado, profesor universitario y productor de televisión.